
El mayor peligro en tiempos turbulentos no es la turbulencia; es actuar con la misma lógica de antes, señalaba Peter Drucker, considerado uno de los mayores referentes de la Administración del siglo XX. No obstante, desde hace décadas el entorno se ha vuelto cada vez más turbulento y los gobiernos han seguido gobernando y gestionando como lo hacían en el siglo XX.
No cabe duda de que en tiempos inciertos la mejor decisión es trabajar en conjunto. Sin embargo, a pesar del conocimiento y la experiencia que tenemos, surgen algunas preguntas conocidas. ¿Por qué tenemos que esperar a encontrarnos en un momento de crisis y que miles de personas pierdan la vida para recién darnos cuenta de la importancia de trabajar colaborativamente? ¿Por qué tenemos que esperar a encontrarnos en medio del problema para buscar maneras diferentes de organizarnos y de gestionarnos como país? ¿Por qué, en la última década, no fue una opción articular el fragmentado sector salud, sector cultura, sector educación, entre otros, como verdaderos sistemas para lograr los resultados socialmente relevantes para la sociedad? ¿Por qué? Sin considerar incluso la articulación entre los mismos.
Crisis como las que enfrentamos hoy desnudan nuestra realidad actual y evidencian los aciertos, pero también las enormes deficiencias de nuestras instituciones. ¿Acaso alguien duda de que seguimos contando con servicios públicos de mala calidad y con políticas públicas que no dan resultado aún después de décadas? ¿Acaso somos conscientes de que nos enfrentamos a nuevos problemas que son cada vez más complejos, como es el caso de accidentes a gran escala, desastres naturales o brotes de epidemias?
Es importante resaltar el esfuerzo que ha realizado el Estado para mejorar sus capacidades y así poder afrontar por sí mismo todos estos problemas, pero es evidente que los problemas evolucionan con tal rapidez y complejidad que sus esfuerzos no son suficientes para combatirlos.
Con la emergencia sanitaria que estamos viviendo producto de la COVID-19 nuestro Estado se ha visto obligado a abrir los ojos (casi a la fuerza) y a darse cuenta de lo importante y esencial que es, por un lado, la colaboración entre organizaciones dentro y fuera del Estado, y por otro lado, el involucramiento activo de los ciudadanos en el afrontamiento de los problemas complejos de la sociedad.
A nivel interorganizacional, si bien lo más evidente al inicio de la pandemia fue la articulación del sector salud a través del Comando de Operaciones COVID-19, todavía queda pendiente una articulación sistémica, y no sólo coyuntural, en donde se involucre de manera activa a organizaciones con y sin fines de lucro en base a un propósito común. Estas nuevas relaciones deben ir aprendiendo a convivir sobre la base de relaciones de confianza y no solo sobre la base de relaciones contractuales técnico-económicas, que es lo que más abunda en la actualidad.
De igual modo, un actor muy importante que el Estado no ha involucrado activamente en la solución de problemas públicos, a pesar de que cuenta con energía, conocimientos, experiencias y recursos, somos nosotros, los ciudadanos. Un par de evidencias de tal deseo se pudo apreciar hace un par de años cuando fuimos testigos del interés de más de 100 mil personas, del Perú y del extranjero, por participar como voluntarios en los “Juegos Panamericanos y Parapanamericanos Lima 2019”. Asimismo, el año pasado también se pudo evidenciar la inscripción de más de 20 mil voluntarios a la “Red de Protección del Adulto Mayor y de la Persona con Discapacidad Severa”, en pleno estado de emergencia.
Entonces, si bien es importante la apertura por parte del Estado de espacios físicos y virtuales que permitan aprovechar la inteligencia colectiva y sobre todo el inmenso deseo de los ciudadanos de participar activamente, tal implementación puede tomar su respectivo tiempo; no obstante, eso no significa que debamos esperar a que otros cambien el mundo para beneficio de nosotros. Es en momentos como este que debemos tener claro que nuestro futuro no solo debe recaer en aquellos que deliberan y toman decisiones, sino que es fundamental transmitir la idea de que somos nosotros, los ciudadanos, quienes debemos unir nuestras energías y esfuerzos para cocrear el futuro del Perú con el que tanto soñamos, convirtiéndonos así en los co-creadores y protagonistas del cambio.
Es a partir de todo lo señalado previamente que podemos darnos cuenta de que la transformación de nuestras diversas realidades debe impulsarse tanto desde el Estado como desde la Sociedad. Por un lado, desde el Estado, el énfasis debe centrarse en lo siguiente: primero, gobernar y gestionar el nivel macro; es decir, el nivel interorganizacional, articulando a organizaciones públicas y no públicas en torno a sistemas con intereses comunes y objetivos colectivos; y, segundo, involucrar cada vez más a los ciudadanos de las diferentes regiones en procesos activos de cocreación para el diseño y rediseño de las políticas y los servicios públicos que tanto anhelamos.
Por otro lado, desde la Sociedad, principalmente la discusión y la acción debe girar alrededor de los siguientes puntos: (I) la creación, por parte de organizaciones empresariales y de la sociedad civil, de espacios de co-creación para resolver los problemas socialmente relevantes de nuestro país, y sobre todo, de la participación de los ciudadanos en las mismas; (II) la implementación, por parte de los emprendedores y de las empresas, de prácticas sostenibles en sus modelos de negocio; (III) la organización, entre empresa, sociedad civil y academia, para unirse y emprender en conjunto iniciativas que generen un impacto colectivo y positivo en la sociedad; y, por último, aunque no menos importante, (IV) la realización de pequeñas buenas acciones en aras del bien común, por parte de cada uno de nosotros, los ciudadanos, ya que pese a su aparente pequeñez e irrelevancia, transformar el pedacito de mundo en el que nos toca vivir, a partir de las inteligencias, dones y talentos diferentes con el que cada uno de nosotros nace, puede ayudar a cambiarle la vida a alguien, y cuando sumamos las pequeñas acciones de muchas personas que se encuentran en muchos lugares, nos damos cuenta de que nuestros actos trascienden las barreras de nuestra imaginación, logrando de una u otra manera cambiar el mundo en el que vivimos.
En ese sentido, si a todos, personas y organizaciones, actores públicos y privados, nos preocupan los mismos problemas; y a su vez, si a la gran mayoría de nosotros nos inspiran las buenas acciones y nos motiva contribuir con el bienestar de la sociedad, ¿no deberíamos trabajar unidos en la construcción de un futuro mejor para nuestro país?

Por Peter Valencia Navarro (2021)