¿Qué implica el concepto de la gobernanza? Daniel Innerarity aborda esta pregunta, partiendo de la afirmación de que el problema de la política se debe abordar a través de la reinterpretación de la función de la política en la actualidad. Los cambios en la sociedad incluyen la transformación de los mecanismos con los que las personas resuelven sus problemas, y es por esto que se debe comprender y cuestionar cuál es el rol que debemos esperar de la política.
El autor afirma que hay tres grupos de problemas que causan la crisis de la política: (i) la política no cumple su función original, lo que puede resolverse con reformas; (ii) la política no se adecúa a los nuevos retos y problemas globales, lo que puede enfrentarse con la creación de organismos supranacionales; y (iii) la política no requiere de nuevas soluciones, sino de la identificación de nuevos problemas, lo que exige innovar la forma de abordar la política y el espacio público en el que se lleva a cabo.
La idea compartida por la mayoría de autores, afirma Innerarity, es que la política tiene un claro déficit frente al sector privado: el sector público no innova, sino que responde a la innovación con regulaciones y «reparaciones». Esta brecha se amplía todavía más como fruto de la multiplicación de los componentes vinculados a la acción de gobernar (actores, escenarios, niveles de gobierno, etc.), así como del contexto de incertidumbre que afecta a todos.
Frente a la pregunta «¿Cómo debe ser la política para no volverse irrelevante?», la gobernanza se presenta como una estrategia para robustecer nuevamente a la política. Frente a las nuevas realidades, la gobernanza se vincula a un gran cambio en las formas de gobierno con actores cuyos intereses están muchas veces enfrentados y en el marco de una sociedad cada vez más globalizada e interdependiente. Esta interdependencia, a su vez, se relaciona con la necesidad de buscar espacios de cooperación entre los diversos actores para integrar y articular sus necesidades. Como es evidente, este cambio de paradigma implica la creación de nuevos liderazgos muy distintos a los tradicionales.
Es importante resaltar que las transformaciones de la gobernanza no aceptan la propuesta del Estado mínimo sino que, por el contrario, busca fortalecer el rol del Estado, pero con lazos más horizontales con la sociedad en el que el poder político ya no se concentra en relaciones jerárquicas, sino que busca generar espacios inclusivos y conectados enmarcados en una sociedad del conocimiento. Así, lo que se deja de lado no es la política, sino una forma particular de la política ya obsoleta.
La nueva cultura política consiste, por lo tanto, en virar hacia nuevas formas de participación ciudadana y de comunicación entre los diversos actores sociales. A su vez, en adición a las leyes y otras regulaciones similares, se deben generar mecanismos en los que el Estado no tenga el monopolio del poder, lo que permitirá que se generen mejores resultados en efectividad y legitimidad a través de una gobernanza relacional.
La gobernanza relacional da cuenta de la necesidad de instrumentos como la confianza y la reciprocidad para gestionar mejor las redes de actores. Esta realidad, por supuesto, exige innovación por parte del Estado, que debe poder gobernar en cooperación y horizontalidad con la ciudadanía. Esto es altamente complejo porque requiere de repensar el poder, algo a lo que muchos se opondrán. Sin embargo, la gobernanza demuestra que la eliminación de la línea entre gobernante y gobernados se borrará inevitablemente, y el Estado deberá abandonar la mera imposición por amenaza para migrar a formas de coordinación mutua más efectivas en la sociedad del presente, y del futuro.